¿Existen las musas? Según cómo definamos la inspiración, dice la ciencia. Para la psicología positiva, por ejemplo, la llegada de las musas equivaldría a las “experiencias de flujo“.
Según la psicología, en las situaciones de flujo nos concentramos e imbuimos tanto en una tarea que, literalmente, perdemos la noción de nuestra existencia individual. Algo así como un desapego entre pensamientos y sensaciones (¿ascetismo inconsciente?) que contribuiría a nuestro bienestar.
Pero la psicología positiva advierte de que no deberíamos confundir las experiencias de flujo con la sensación rutinaria de que, a medida que envejecemos, el tiempo pasa más rápido, como si se escurriera ante nosotros sin que pudieramos hacer nada para remediarlo.
La rutina indolente acelera nuestra percepción del tiempo
En efecto, a medida que crecemos, percibimos un fenómeno que muchos achacamos a una mera sensación, una percepción que no sobrevive al escrutinio de nuestro sentido común: el tiempo transcurre cada vez con mayor rapidez.
El tiempo, nos decimos, incrédulos, “no puede acelerar“. Pero la sensación es palpable y compartida por nuestros allegados, que envejecen con nosotros y perciben el mismo fenómeno. Al final, concluimos -correctamente- que lo que ha cambiado es nuestra percepción del tiempo.
El fenómeno de la aceleración del tiempo a medida que envejecemos, que contrasta con la intensidad y lentitud con que transcurre el reloj durante nuestra infancia y adolescencia, ha sido descrito por la neurociencia. Todos sentimos, en síntesis, que el viaje de vuelta es más corto que el de ida.
Remar a contracorriente para disfrutar del presente como un niño
El experto en psicología cognitiva Dan Zackay publicaba recientemente en The Psychologist un estudio (Experiencing time in daily life) que nuestra percepción del tiempo varía en función de las circunstancias. A medida que acumulamos experiencias, nuestra memoria retentiva nos juega una mala pasada, reconociendo situaciones similares a otras ya acaecidas.
En estas situaciones rutinarias, nuestro sistema cognitivo se comporta como la memoria de proceso o RAM en un ordenador, destinando menos esfuerzo a “vivir” lo que ocurre, al ser similar a otros momentos que ya hemos registrado y en los cuales podemos actuar de un modo más autómata.
(Imagen: La muerte de Séneca, de Luca Giordano)
Los niños y adolescentes y, lo interesante del estudio de Dan Zackay, también los adultos que se someten a nuevos retos y experiencias de manera rutinaria, al vivir el presente con la intensidad de la situación novedosa -donde los colores, las palabras, las reacciones tienen una intensidad superior, que nunca olvidamos-, logran “retener” la percepción del tiempo.
Experiencias que alargan (la percepción de) la vida
Seamos niños o adultos, las nuevas experiencias nos ayudan a alargar la percepción de la vida; si, por el contrario, optamos por una existencia adulta cómoda y rutinaria, ajena al esfuerzo y fuerza de voluntad que requieren el aprendizaje y las nuevas experiencias, el tiempo pasará más rápido.
El estoico Séneca, por ejemplo, exponía que “el cabalgar, el viajar y el mudar de lugar recrean el ánimo”.
Por el contrario, si nos aventurarnos más allá de la zona de confort rutinaria y aprendemos cosas nuevas, experimentamos nuevas situaciones, conocemos nuevos lugares, leemos, estudiamos, etc., ensancharemos la percepción del tiempo por vivir.
La nueva información constituye un reto para el individuo, pero tiene la virtud de estirar el tiempo.
Cuando durante la edad adulta nos abstraemos en alguna actividad, perdiendo el sentido del tiempo y la propia conciencia de individualidad, recuperamos sensaciones que creíamos haber perdido para siempre. Disfrutar de un árbol; o caer rendidos en la cama, satisfechos de lo que el día ha deparado, y dormir con tal profundidad que, a la mañana siguiente, despertamos con la sensación de que apenas ha pasado un instante entre el momento de habernos dormido y el presente.
Experiencias que nos absorben
Paralelamente, además de alargar la percepción de la vida, las experiencias que constituyen un reto para nosotros -físico, intelectual, cognitivo, conceptual, de coordinación, etc.- conducen a un estado mental de concentración e inmersión en la tarea que realizamos que la psicología ha llamado el flujo.
Las experiencias de flujo suelen ser mucho más habituales durante la infancia, cuando hasta las situaciones más cotidianas esconden grandes aprendizajes y cuestiones trascendentales, que los adultos a menudo no sabemos responder.
A menudo, nuestros hijos pequeños nos recuerdan la oxidación de nuestro sistema cognitivo o nuestra capacidad para explicar, con un puñado de palabras llanas y repletas de significado, el porqué de la luna, las nubes, la impuntualidad, las injusticias, etc. Todo ha sido nuevo en alguna ocasión.
Experiencias de flujo e introspección
La capacidad para causar nuestra dicha y aprendizaje, así como para hacernos valorar el presente y enriquecer nuestra existencia, ya había sido detectada por filosofías de vida como el estoicismo.
La introspección y el cultivo interior, a través de actividades mentales o físicas, conducen a la virtud, decía Sócrates, del que parte el pensamiento eudemónico (alcanzar la autorrealización o felicidad usando la razón, cultivándonos y viviendo según la naturaleza).
Séneca: “Es mucho más importante que te conozcas a ti mismo que darte a conocer a los demás”.
El concepto de “experiencia de flujo” fue acuñado por Mihály Csíkszentmihályi, psicólogo de la universidad californiana de Claremont, en 1975; desde entonces, se ha usado para describir el fenómeno de la introspección.
Perdiendo la noción de nosotros mismos
Mihály Csíkszentmihályi optó por el término flujo al analizar cómo las personas que entrevistaba describían sus experiencias de concentración intensa, pérdida de la noción del tiempo e incluso trascendencia (desapego entre pensamientos y sensaciones físicas), como una especie de corriente que les situaba en un plano con un sólo objetivo: la actividad que les absorbía.
Desde entonces, se designa como experiencia de flujo al estado mental en el que un individuo se concentra mientras realiza una actividad hasta perder la noción de lo externo e incluso de la propia conciencia, a la vez que se percibe una sensación de disfrute o éxito sosegado.
Esta “condición de enfoque reforzado, productividad y felicidad que todos comprendemos y buscamos con fruición”, como es definida en un artículo de Fast Company, sucede tanto en el trabajo y el estudio como en cualquier otra actividad que requiera nuestra participación consciente.
“Csikszentmihalyi halló que, en el estado de flow, la gente se involucra completamente en lo que está haciendo hasta perder la noción del tiempo. Las horas pasan en minutos. El sentimiento de conciencia individual retrocede. Al mismo tiempo, la gente se esfuerza más allá de sus límites y desarrolla nuevas habilidades”.
“De hecho -expone el artículo de Fast Company-, los mejores momentos suelen producirse cuando el cuerpo o la mente de un individuo suelen ir más allá de sus supuestas posibilidades. La gente retorna de las experiencias de flujo más completa”.
Cuando el esfuerzo que estimula un mayor rendimiento cerebral
Las tesis psicológicas de Mihály Csíkszentmihályi no sólo son compatibles con las recomendaciones sobre el “arte de vivir” de las filosofías de vida de origen socrático -o las orientales-, sino también con hallazgos neurocientíficos que relacionan el esfuerzo extenuante, el que nos conduce más allá de lo que nuestra voluntad “recomienda”, con el aumento de la producción de glucógeno en nuestro cerebro.
El glucógeno es especialmente rico en carbohidratos y se transforma en glucosa al ser usado por el organismo. El ejercicio físico merma sus niveles, por lo que nuestro organismo compensa la anomalía produciendo mayor cantidad; cuando el esfuerzo es extenuante, nuestro cerebro capta un impulso de glucógeno que aumenta, literalmente, su capacidad de proceso (consultar estudio).
Cuando aumenta la demanda física e intelectual, sugieren las investigaciones, el cerebro no se conforma sólo con seguir funcionando, sino que estimula un paso más y se alimenta con sus reservas, especialmente estimulantes; de este modo, no sólo prosigue el rendimiento normal, sino que varias zonas salen potenciadas, al recibir mayor cantidad de glucógeno.
Las experiencias de flujo tienen, por tanto, su contrapartida neurológica.
Desapego entre pensamientos y sensaciones
Durante las experiencias de flujo experimentamos, por tanto, el mismo fenómeno en que profundizan el ascetismo, la contemplación o la divagación: el desapego entre pensamientos y sensaciones. El mismo fenómeno en esencia, que cada tradición llama de un modo distinto.
Mecanismos que la neurociencia relaciona con el proceso creativo, tales como la capacidad de concentración o la práctica de la divagación, alcanzan su máximo exponente en lo que la psicología positiva define como “flujo”.
Otros términos alternativos, o usados con anterioridad al propuesto por Mihály Csíkszentmihályi en 1975, son: estar en el momento presente, en una buena racha, enchufado, en sintonía, tocado por las musas y otras denominaciones más o menos coloquiales que designan nuestra capacidad para separar nuestro pensamiento abstracto de cualquier consideración física.
Experiencias de flujo: elevación espiritual para todos los públicos
De ahí que muchos hablen de tareas que producen algo parecido a una elevación espiritual, que muchos hemos experimentado o detectamos en niños, artistas, creadores, deportistas o aficionados a alguna actividad que, en un momento determinado, les sitúa en un plano de introspección donde lo demás es secundario.
Deportistas profesionales y amateur, pintores, escultores, escritores, músicos, pero también artesanos e individuos embebidos en cualquier actividad que les apasione, experimentan en ocasiones situaciones de flujo, que surgen a menudo de la fuerza de voluntad, la perseverancia, la práctica constante. Séneca reiteraba: “Per aspera ad astra” (a través de lo áspero [se llega] a las estrellas).
Es durante el proceso de creación, o en medio del esfuerzo de una carrera, cuando nos imbuimos hasta el punto de perder cualquier otra noción. Séneca: “El artista encuentra un mayor placer en pintar que en contemplar el cuadro”.
Según el profesor de filosofía y escritor William B. Irvine, experimentar experiencias de flujo equivale una segunda infancia y constituye uno de los grandes placeres de una edad adulta plena y consciente.
Y, en la segunda infancia, las experiencias de flujo permiten disfrutar más del tiempo, sacar más partido de la existencia, alargar la percepción de la vida que merece la pena, la que es dominada por el esfuerzo que realizan el cuerpo y la consciencia cuando se sienten alerta, al emprender algo que no han repetido de manera rutinaria durante años.
Elogio de la excentricidad
Estas experiencias rutinarias son las que “acortan” nuestra sensación de la realidad y explicarían por qué, por ejemplo, el viaje de vuelta siempre parece más corto que el (primer) viaje de ida. Una vez conocemos el camino, encendemos el piloto automático y aparcamos la experiencia sensorial del momento. La adormecida rutina.
A medida que crecemos, disminuye la frecuencia e intensidad de comportamientos impulsivos (necesidad de ser reconocidos socialmente, competir, embarcarnos en comportamientos gregarios, satisfacer nuestro apetito sexual), lo que puede derivar, explica Irvine, en un cierto toque de excentricidad.
“Y esta excentricidad es algo bueno, ya que varios estudios demuestran que los excéntricos suelen ser más felices que quienes sienten que deben ajustarse a lo que el mundo espera de ellos”.
Prepararse para una existencia plena
En ocasiones, las experiencias de flujo están relacionadas con actividades de tiempo libre, como la práctica de la meditación (a través del yoga, o mediante la contemplación, la divagación, etc.), el deporte o la música; también realizando un trabajo intenso y motivante.
Sea como fuere, se trata de actividades que requieren predisposición, esfuerzo, trabajo intenso y motivante. La carrera de fondo (descalzos, con calzado minimalista o convencional, según la experiencia que busquemos), por ejemplo, nos reconcilia con nuestros orígenes como especie, cuando la falta de herramientas sofisticadas nos empujó a la caza por persistencia.
Y, tal y como las filosofías de vida clásicas recuerdan, el esfuerzo de superación individuales -se trate de subir un escalón más, correr un poco más allá que el día anterior, superar una marca personal o dar lo mejor de nosotros mismos, física o intelectualmente-, no sólo constituyen experiencias de flujo: conforman el bienestar duradero, la autorrealización, felicidad, etc., según el término que se prefiera.
William B. Irvine recuerda en su clase magistral Más viejo y más sabio: consejos ancestrales para envejecer (ver vídeo), que filosofías de vida como la estoica coincidían con el budismo zen o autores de la psicología positiva como Mihály Csíkszentmihályi en que una de las maneras de disfrutar de la vida consiste en tomarse en serio los retos personales.
Dominar -no suprimir- los impulsos
Y, en ocasiones, salir de la zona de confort y avanzar un poco más de lo que nuestra mente o voluntad nos aconsejaban durante una carrera o un ejercicio nos prepara para un reto decisivo en la existencia del individuo: dominar -no suprimir- los impulsos (gratificación instantánea) y disfrutar de las recompensas a largo plazo (gratificación aplazada).
Séneca recomienda en sus cartas: “Aprendamos a aumentar la continencia, a enfrentar la demasía, a templar la gula, a mitigar la ira…”.
Incluso si la vida más plena no ofreciera más años de vida -hay estudios que así lo sugieren-, sí que garantizaría una mejor existencia, gracias al disfrute de experiencias de flujo y el bienestar producidos por el hambre de conocimiento, cultivo interior y ejercicio físico. Recetas, al fin y al cabo, socráticas, budistas o taoístas, más que de la psicología positiva o la neurociencia.
Las condiciones de las experiencias de flujo las alejan de situaciones que nuestro organismo considera satisfactorias, pero que no requieren esfuerzo y, en ocasiones pueden ser contraproducentes, al alimentar nuestro mecanismo de gratificación instantánea, tales como dejarnos llevar por lo dictado por nuestra amígdala: optar por necesidades externas y relacionar la obtención de algo ajeno al individuo como condición para lograr el bienestar.
Diagrama de retos y habilidades
Las situaciones de flujo en la psicología positiva, o el bienestar en filosofías de vida como el estoicismo, requieren esfuerzo y, a la vez, capacidad de concentración; nos obligan a ir más allá de lo exigible, a probarnos a nosotros mismos, a abandonar la modorra.
Séneca: “Brevísima y llena de congoja es, en cambio, la vida de los que olvidan el pasado, no se cuidan del presente y temen el porvenir”.
Csikszentmihalyi expone estas condiciones necesarias para el flujo en un diagrama con dos ejes: el vertical muestra el nivel de desafío de una experiencia, mientras el horizontal expone el nivel de habilidad necesario:
(Imagen)
Las experiencias de flujo se encuentran en el cuadrante superior de ambos ejes: se requiere un elevado desafío y una elevada habilidad, tomando como referencia las condiciones del propio individuo.
Para un anciano de 85 años, por ejemplo, caminar hasta el mercado, charlar con la gente, comprar y volver a casa puede constituir una experiencia de flujo, mientras un joven con grandes aptitudes físicas experimentará la misma sensación con una larga carrera o un complejo ejercicio intelectual.
Objetivos, iteración, realismo
La teoría del flujo postula 3 condiciones para obtener un estado de flujo:
- Se debe emprender una actividad con objetivos definidos, lo que orienta y estructura la tarea.
- La tarea debe tener una respuesta clara e inmediata, lo que ayuda al individuo a ajustar su rendimiento para mantener el estado de flujo.
- Es necesario un equilibrio entre los retos percibidos de la tarea y las habilidades percibidas, para evitar frustraciones y no minar la confianza de que es posible acercarse a los objetivos percibidos. Por ejemplo, el reto percibido de nuestra primera maratón debe situarse entre acabar la cursa y bajar de un tiempo determinado, pero no situarse entre los 100 primeros de la cursa, ni acercarse a marcas profesionales.
Para apreciar lo que tenían y disfrutar de sus empresas cotidianas, estoicos como Musonio Rufo (“el Sócrates romano” para muchos), recomendaban abandonar la zona de confort para disfrutar luego de hasta las comodidades más humildes y los logros cotidianos.
Según esta idea, recuperada de la filosofía por la psicología positiva, quien trata de evitar en su cotidianeidad todas las incomodidades, esfuerzos extenuantes y situaciones de incertidumbre, tiene más dificultades para estar cómodo que quien las acepta con periodicidad.
El esfuerzo introspectivo no desaparece, se transforma
El ir un poco más allá en la carrera, hasta el borde -o superación- de nuestros niveles de extenuación, no constituye un mero ejercicio puntual, sino un aprendizaje introspectivo que usaremos el resto de nuestra vida, “una herramienta más que no sabemos cuándo podríamos necesitar en el futuro”, explica William B. Irvine.
Irvine, profesor de filosofía y autor de Guide to the Good Life, en el que se declara estoico practicante desde que la escritura de un ensayo previo sobre el deseo le llevó a documentarse sobre lo que exponían religiones y filosofías de vida acerca de la temática; descubrió que el estoicismo, de base racional y ausente de liturgias místicas, se adaptaba mejor a su existencia que practicar, por ejemplo, el budismo zen.
Entrenándonos para una senectud llena de aventuras
William B. Irvine explica que muchos de nosotros, al ser inquiridos sobre nuestras experiencias de flujo (en su caso, practicar remo con sus amigos, por ejemplo), solemos contestar que nos preparamos para una actuación, competición u objetivo concreto. Ello nos sitúa en un contexto espacio-temporal y evita proyectar un supuesto carácter excéntrico aún mayor.
No obstante, en realidad -subraya Irvine-, una respuesta más válida sería que nos preparamos para cuando tengamos 80 años, o entrenamos para nuestra vejez. Abrazar retos cotidianos, esforzándonos más allá de los límites de lo confortable, no sólo garantiza convertir muchos retos diarios en experiencias de flujo, sino que recuerda al individuo que puede ser feliz y tener una vida plena cultivándose.
Manual para no depender de lo externo para autorrealizarse
Levin, alter ego de Lev Tolstói en la novela Anna Karénina, decide una mañana segar sus tierras como un campesino más. Así describe Tolstói su experiencia: “Segaban una hilera tras otra. Unas eran largas, otras cortas; en algunos casos la hierba era dura, en otros blanda. Levin perdió la noción del tiempo. No tenía la menor idea de si era tarde o temprano. Se había producido un cambio en su forma de trabajar que le proporcionaba un inmenso placer. Había momentos en los que se olvidaba de lo que estaba haciendo y la labor se le antojaba fácil; en tales ocasiones la franja le quedaba casi tan regular y perfecta como la de Tit. Pero en cuanto se esforzaba por centrarse y esmerarse, volvía a sentir el peso del trabajo y la fila le salía peor”.
Como budistas zen, eudemonistas o estoicos, entre otros, quienes propugnan la psicología positiva no se muestran indolentes con las injusticias del mundo. Más bien, exhortan al individuo a reforzar su autonomía con respecto de influencias externas.
Muchos estoicos participaron con pasión en los principales acontecimientos de su momento histórico, que a menudo les condujo hacia situaciones de incomprensión y, en ocasiones, pagaron con la propia muerte. Simplemente recordaban que la felicidad no depende tanto del entorno como de la propia introspección individual.
Se puede tener una vida plena incluso en situaciones de inestabilidad, pobreza o injusticia, decían los estoicos, si mantenemos nuestra independencia de necesidades artificiales que proceden del exterior. Séneca: “El hombre más poderoso es aquel que es dueño de sí mismo”.
Aliarse con los mensajes tóxicos es tan contraproducente para nuestro bien más preciado -nuestra tranquilidad y autorrealización- como de fiar nuestra felicidad a personas, objetos o circunstancias ajenas a nosotros mismos.
Séneca nos recuerda: “Cuenta los días de tu vida, y verás cuán pocos y desechados han sido los que has tenido para ti”.
El eco de sus palabras resuena en Walden, escrito por Thoreau a partir de su experiencia junto a este pequeño lago 18 siglos después de que Séneca escribiera sus reflexiones, tratados y cartas precursoras de los ensayos de autoayuda:
“Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente; enfrentar solo los hechos de la vida y ver si podía aprender lo que ella tenía que enseñar. Quise vivir profundamente y desechar todo aquello que no fuera vida… para no darme cuenta, en el momento de morir, que no había vivido”.
Pingback: Valorar nuestra atención: sobre conciencia, estrés e Internet – *faircompanies()